viernes, 9 de octubre de 2009

Meteoritos de "Campo del Cielo"(con un poco de historia)




Por esos tiempos, los españoles obtuvieron algunos ejemplos de boleadoras indígenas y observaron que el núcleo de las bolas estaba constituído por trozos de metal unidos por cera de abejas. Analizaron los fragmentos y descubrieron con enorme sorpresa que se trataba de hierro de altísimo grado de pureza. Era un hecho extraordinario: piénsese que los indios de la zona estaban aún en el nivel tecnológico de la Edad de piedra. ¿De dónde habían obtenido el hierro?


Interrogados, respondieron que en cierto paraje existía una gran piedra de metal, un gran "peñol (saliente) de hierro", tal como registró el escriba español, de donde, a fuerza de tajos y tajos con sus herramientas de piedra, obtenían el metal para los núcleos de sus boleadoras.


En 1576, el gobernador de las Provincias del Tucumán, Capitán General don Gonzalo de Abreu y Figueroa, ordenó a su jefe militar, Capitán de Campo Mexía de Miraval, que "peinara" la región indicada por los indios para localizar el "peñol". De este modo, esperaba hacerse con ingentes cantidades de hierro a escaso costo. El metal para armas y suministros debía ser traído trabajosamente desde España, y el descubrimiento de un afloramiento a ras del suelo resolvería muchos de los problemas logísticos de Abreu.


Mexía de Miraval cumplió la orden, y se dirigió a la zona acompañado de sólo ocho hombres armados. El amanuense de su expedición relata que en el trayecto debieron luchar contra los "indios chiriguanos", que eran "antropófagos". Pueden haber tenido que luchar con ellos, pero la antropofagia no era ni es costumbre de los indios chaqueños.

Luego de muchas dificultades, los nueve españoles localizaron el "peñol de fierro", del que tomaron algunos fragmentos como muestra.

Desde la expedición de Mexía, hubieron de pasar casi dos siglos hasta que alguien volviese a preocuparse del extrañísimo afloramiento férreo en una zona llana.


En 1774 cundían las leyendas de que en el Chaco existía una gran mina de plata, capaz de convertir en millonarios a los crédulos e ilusionados conquistadores españoles. Fue en ese año que, alentado por sus ilusiones de riqueza, don Bartolomé Francisco de Maguna recorrió cuidadosamente la misma zona que Mexía había explorado siglos antes, preguntando a los indios sobre metales, minas y oro. Llegó así, siguiendo ciertas indicaciones, hasta la ubicación de una enorme masa de metal grisáceo, cuyo peso fue estimado en aquel momento en más de 23 toneladas. Maguna extrajo algunas muestras que hizo analizar más tarde por ciertos maestros herreros, y uno de ellos le manifestó que se trataba de plata. Era un error. En 1778, un análisis más minucioso demostró que Maguna no había encontrado metal precioso alguno, sino un gran peñasco compuesto de "fierro de muy particular calidad". Como el objeto tenía forma de plancha o lámina, fue bautizado "Mesón de Fierro".
La penuria de hierro se había convertido en un problema muy grave para los españoles del Virreynato. El metal, esencial para la fabricación de armas, herramientas o enseres, debía ser traído de España a costos altísimos, de modo que el aprovechamiento del Mesón de Fierro se convirtió en una prioridad importantísima para Pedro de Cevallos, virrey del Río de la Plata. En 1779 comisionó al Sargento Mayor Francisco de Ibarra para que se hiciera con la masa de mineral a como diese lugar. El 26 de junio de ese año el grupo de 25 hombres llegó hasta el "Mesón". Medido por el capitán Melchor Costas el afloramiento resultó tener 3 metros y medio de largo, 1,85 de ancho y espesores que oscilaban entre 80 centímetros y 1,30 metros. Mediante cinceles obtuvieron muestras de más de 3 kilos, que fueron remitidas a Buenos Aires. La dureza del material era tal que arruinaron 15 herramientas para obtener las piezas.


Cuatro años después, otro virrey, Vértiz, encargó a un marino que trajera de una vez por todas el bloque de metal. Encabezada por el teniente de Fragata Miguel Rubín de Céliz, la expedición alineaba 200 hombres e incluía al ingeniero Pedro Cerviño y al coronel Francisco Arias. Luego de mucho marchar, encontraron el yacimiento. Cerviño sugirió excavar a su alrededor para ver de dónde provenía el material y si se trataba de una gran veta, y así se hizo. Sin embargo, descubrieron que no estaba unido al subsuelo sino que se trataba de una masa aislada. Verdaderamente parecía haber "caído del cielo".


Pusieron explosivos a su alrededor a efectos de aflojarlo e intentar transportarlo, pero todo fue en vano. Lo único que consiguieron fue enterrarlo bajo una capa de escombros. Rubín, Cerviño y los suyos regresaron derrotados, pero lo peor de esta expedición es que, después de ella, el "Mesón de Fierro"... desapareció.


Tal vez por haber sido sepultado a poca profundidad, tal vez porque alguien lo cortó in situ y lo fundió, lo cierto es que nadie ha vuelto a ver el "Mesón de Fierro" desde 1783. Las expediciones para encontrarlo no cesaron. En 1803, el Jefe de Frontera de Santiago del Estero, Diego Bravo de Rueda, organizó una nueva expedición para encontrarlo. No tuvo éxito, pero a cambio encontró en el lugar llamado Runa Pocito un objeto de más de una tonelada, de hierro purísimo.

La expedición siguiente (1804) tampoco halló el "Mesón" perdido, pero, alertada por un baqueano, también encontró otro fragmento metálico de superficie carbonizada.

Aunque ninguna de las expediciones sucesivas pudo reencontrarse con el gran yacimiento, había quedado claro para mucha gente que esa zona del Chaco, fronteriza con Santiago del Estero, había sido en el pasado el escenario de un gran diluvio meteórico proveniente del espacio exterior.

Hoy conocemos a esa región con el nombre de "Campo del cielo".



Es que en verdad Campo del Cielo está horadada de cráteres en una gran extensión de territorio, y no son raros los fragmentos ferrosos de varias toneladas de peso. Pero para hacer avances hubo que esperar al siglo XX.

En 1913 Manuel Santillán Suárez, que había estado recorriendo la zona minuciosamente durante 11 años con la ilusión de

redescubrir el "Mesón de Fierro", encontró a 15 kilómetros al sur del pueblo de Gancedo, Chaco, tres lagunas alineadas de

manera muy curiosa. En la mayor de las tres encontró varios trozos metálicos de magnitud (uno de ellos pesaba 2 toneladas) y

de inmediato se dio cuenta de que las supuestas lagunas no eran otra cosa que cráteres de impacto. La zona entera había sido

bombardeada. Estábamos en presencia de los restos de un gigantesco cataclismo cósmico.


Los hallazgos continuaron y, de hecho, no se han detenido hasta el día de hoy. El mismo año de 1923 se encontró el meteorito

de 4,2 toneladas denominado "El Toba". Dos años más tarde se desenterró "El Mocoví", de 732 kilogramos. A ellos siguieron "El

Hacha" (2,5 toneladas, 1924), "El Tonocote" (850 kg, 1931), "El Abipón" (460 kg, 1936), "El Mataco" (990 kg, 1937) y "El

Taco" (2 toneladas, 1961). Aún hoy en día es casi imposible recorrer a pie los bordes de los cráteres de Campo del Cielo sin

encontrar numerosos fragmentos venidos del espacio exterior.

En 1980 se extrae de un gran cráter ennegrecido un meteorito de 37,4 toneladas, bautizado "El Chaco". Esta masa de hierro

representa el aerolito más grande caído jamás sobre territorio argentino y el segundo más voluminoso de la historia

registrada de la Humanidad. (el mayor es el "Hoba", en Namibia).Los cálculos de carbono 14 sítuan la caída del Meteorito

"CHACO" entre los años 2080 y 1910 adC.


DATOS

Meteorito "CHACO" de 37.000 kgs.- El 2º en tamaño en el mundo .- Ubicado en Lote 64 de Colonia La Tota, a 12 kms. al sur de

Gancedo, Provincia del Chaco

Coordenadas: Latitud: Sur 27º 36' 39'' y Longitud Oeste 61º 40' 43''

Composición Química: 93% hierro 5,3 % de níquel y otros.-

Densidad. 7,68 gramos/cm3



El área afectada por los impactos mide nada menos que 1350 km2, y muestra un impresionante catálogo de clases de cráteres.

En efecto, vemos en Campo del Cielo todos los tipos que existen: cráteres de impacto, de penetración, de rebote y de

explosión (ver foto adjunta, CLICK para ampliar). Si algún geólogo o astrónomo quisiera aprender todo lo que se puede saber sobre un evento meteórico, no tiene más

que trasladarse al sur del Chaco.

Entre los comprobados están los fragmentos sólidos que pueden haber llegado hasta la Tierra en el núcleo de cometas que se

han estrellado contra ella, pedazos de la Luna arrojados a órbitas erráticas por un antiguo impacto y trozos de Marte como

los que suelen encontrarse entre los hielos antárticos.

Otros, como los de Campo del Cielo, necesitan de otras teorías para ser explicados. Algunos científicos postulan que se

trata, simplemente, de asteroides que, presa de órbitas muy excéntricas, han llegado hasta nuestra atmósfera para impactar

luego contra la superficie. Otros arguyen que se trata de restos sólidos de un planeta que explotó. Según esta teoría, los

dos tipos principales de meteoritos —pétreos y metálicos— representarían, respectivamente, la corteza y el núcleo de aquel

cadáver cósmico.

Si esto es así, las colisiones fortuitas entre los planetesimales alteran las órbitas de los mismos, y alguno puede pasar lo

suficientemente cerca de la Tierra como para ser atraído por nuestra gravedad. Si la fricción lo consume, lo llamamos

"estrella fugaz". Si su masa es de entidad suficiente como para resistir el calor del horno atmosférico, impactará contra el

planeta y tendremos un "meteorito". Dependiendo del ángulo de entrada, los meteoritos llegan a la Tierra a velocidades de

entre 40 y 250.000 kilómetros por hora.

Imagine por un instante varias docenas (o cientos) de masas metálicas de decenas de toneladas de peso precipitándose a tierra

a un cuarto de millón de kilómetros por hora. El Apocalipsis celeste, el Armaggedón en un instante.

Eso, precisamente eso, es lo que sucedió en Campo del Cielo hace más de cuatro mil años.


"Campo del Cielo" es la traducción de la expresión indígena piguem nonraltá, "lugar del cielo", "tierra del cielo".

El mero hecho de conocer el nombre original del sitio nos priva de suponer que los indios ignoraban la procedencia de los

meteoritos. Cupo, entonces, preguntarse si poseían leyendas o mitos de la creación relacionados con un diluvio de rocas desde

el cielo.


Este trabajo no estaría completo si no mencionáramos la depredación que han sufrido y sufren los meteoritos de Campo del

Cielo. Las acaso 65 toneladas en que se ha calculado el total del material caído del firmamento ha rendido más de 15 que

están distribuidos en Museos y Universidades. De hecho, el meteorito "Otumpa", de 900 kg de peso y descubierto en 1834, se

encuentra en el Museo de Historia Natural de Londres (?).

Más grave aún: en 1990, el traficante estadounidense Robert Haag fue detenido cuando intentaba llevarse a su país —sí, créalo

que es verdad— ¡las 37 toneladas del gigantesco meteorito "El Chaco"! Sus compradores le habían prometido la friolera de 20

millones de dólares por él.

Con apenas buscar en Google, pueden identificarse varios miles de páginas web que ofrecen en venta meteoritos de Campo del

Cielo, sus fragmentos o rodajas de los mismos. Recordamos a esos señores que el contenido del subsuelo argentino es, por ley,

patrimonio de la Nación Argentina, por lo que están cometiendo —así como quienes les compran— un crimen federal. La mayor

parte de esas páginas pertenecen a un señor Eric Twelker, vecino de Alaska, a quien deseamos la peor de las suertes en su

negocio. Este hombre está vendiendo algo que es mío y tuyo, algo que es nuestro, porque nosotros somos la Nación Argentina.


Porque para nosotros, el catastrófico evento de Campo del Cielo nunca será un negocio. Pábulo de leyendas, acervo cultural,

patrimonio científico.




Fuente: http://axxon.com.ar/zap/239/c-Zapping0239.htm